Teniendo en mente la filosofía de Roland Barthes (considerando que en el arte se pueden encontrar fuentes alternativas de significado, éste no está dado por el autor, debe ser creado activamente por el receptor) y sin olvidar mis obsesiones y vicios literarios, me dispongo a hacer un recorrido por el arte visual del siglo XX. Una exposición subjetiva más que una reflexión en la que trataré de establecer enlaces e interdisciplinariedad entre mis temas predilectos, demostrando que todo forma parte de un todo compacto que es la creación humana. Intentaré recorrer un camino que, por ejemplo, te permita ir de “La parada de los monstruos” (Tod Browning, 1932) a “A jewish giant at home with his parents in the Bronx, New York” (1970), de Diane Arbus.
PERIODO DE ENTRE GUERRAS (1918-1945)
Podemos diferenciar claramente dos épocas en el periodo de entre guerras. La primera (1918-1929) llega hasta el crack del 29, época de gran prosperidad económica en la que el cine y la fotografía estuvieron dominados por un estilo actual moderno (pensemos que lo moderno sólo es moderno en relación con su contexto, Martin Scorsese podía ser experimental en sus orígenes, moderno en los 70, transgresor en los 80, padre de Quentin Tarantino en los 90, y ser un clásico hoy día con carácter retroactivo). Mientras la Filosofía Analítica (la predominante) buscaba un lenguaje ideal para el análisis filosófico (y el arte de masas hacía lo propio con la fórmula del éxito), los verdaderos artistas forjaban un estilo caracterizado por atrevidas geometrías y por la fascinación que provocaban las vanguardias europeas, los materiales modernos y la maquinaria industrial. El segundo (1929-1945) período reconocible se extiende desdela Depresión hastala Segunda Guerra Mundial, el estilo moderno e intruso fue mayoritariamente abandonado en aras de otro estilo actual documental, que abría una ventana aparentemente transparente sobre aquellos terribles acontecimientos contemporáneos. La imagen del terror y el drama se encontraba entonces en las familias sin comida que echarse a la boca y la crónica negra.
Esas atrevidas geometrías en fotos de Margrethe Mather (“Camel Cigarrettes”, 1930) o de Imogen Cunningham y sus fotos de flores (“Magnolia Blossom”, 1925); la propuesta estética expresionista de “El gabinete del doctor Caligari” de Robert Wiene, 1919; los desnudos artísticos de Edward
Weston (“Tina Modotti, Half-Nude in Kimono”, 1924); y el cuidado gótico espectral de “La carreta fantasma” (Victor Sjöström, 1921); fueron transmutándose, a través de tipos siniestramente pictóricos como William Mortensen (“A fragment from the black mass”, 1930) o el danés Benjamin Christensen y su “La brujería a través de los tiempos” (1923) en el placer de mostrar el mundo tal y cómo es, con toda su crudeza. Robert J. Flaherty se convirtió en el pionero del documental cinematográfico con “Nanuk, el esquimal” (1922) y muchos fotógrafos se lanzaron a la carretera para conseguir captar el ‘mundo real’. El cine propagandístico ruso o “Las uvas de la ira” (John Ford, 1940) son un ejemplo de esas ansias por hacer de la representación artística un fiel espejo de la realidad para despertar conciencias (lo que creía firmemente Theodor Adorno y la Escuela de Frankfurt antes de 1945). Esos “Coyotes” de Frederick Sommer (1945), la obra de Walker Evans (“Children of sharecropper, Alabama”, 1936), el fotoperiodismo criminal a pie de calle de Weegee (“The critic”, 1943) o las fotos de Lewis Hine de los trabajadores del Empire State (“Icarus a top Empire State Building”, 1931), se desprendieron de ornamentos creando todo un universo que el Hollywood más comercial se empeñaba en ocultar tras los musicales de Busby Berkeley (“Música y mujeres”, 1934) y las comedias de Frank Capra (“Vive como quieras”, 1938).
La Segunda Guerra Mundial cambiaría el panorama mundial en muchos aspectos y crearía una simbiosis artística entre Europa y América que transformó el panorama tanto en fotografía como cine. Pero esa es otra historia que será contada en la siguiente parte.