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SINOPSIS: Con solo 10 años, Gus (Jordan Christopher Michael) se escapa de casa, roba un coche y se echa a la carretera. Pronto comenzará a jugar a MOTORAMA, que consiste en conseguir reunir todas las letras que forman la palabra reuniendo cupones que te dan al echar gasolina.

COMENTARIO: Tras especializarse como productor asociado en films de terror de serie B (trabajó con Larry Cohen en “The Stuff. In-Natural”, 1985, o “La isla de los vivos”, 1987), el realizador Barry Shils (director también del documental de culto sobre el movimiento Drag Queen, “Wigstock”, 1995) se unió al guionista Joseph Minion (“Jo, ¡qué noche!”, 1985) para crear un mundo que se rige por sus propias reglas; un lugar suspendido en el espacio y en el tiempo (pero con el aspecto de las grandes planicies de Arizona o Utah) donde desarrollar su propia versión de “La Odisea” de Homero. Y es que “Motorama” es una ‘road movie’ existencialista repleta de aciertos visuales y temáticos; un viaje iniciático con forma de comedia de aventuras protagonizado por un cínico antihéroe imberbe (y un plantel impagable de secundarios: Susan Tyrrell, Robert Picardo, Jack Nance, Garrett Morris, Michael J. Pollard, Flea, Meat Loaf, Dick Miller o Drew Barrymore) huyendo de sus traumas por un mar de simbolismos y guiños nostálgicos a la cultura de los 50 (como metáfora de la infancia).

Hay dos maneras de ver “Motorama”. Podemos estar ante una de las más atrevidas, gamberras y extravagantes películas para público infantil que jamás se hayan rodado; con su atmósfera lynchiana (el año anterior David Lynch había rodado otra original ‘road movie’ por la América profunda: “Corazón salvaje”), sus continuas referencias a Luis Buñuel (un estado llamado Tristana, un personaje que recuerda a “Simón del desierto”, …) y su siniestro y descarnado sentido de la aventura. Por otro lado puede que sea un film para adultos, un ejercicio de melancolía a bordo de un Ford Mustang (símbolo obvio de libertad) que reflexiona sobre el sentido de la vida a través de la cultura popular; una lección vital que aboga por la calma, por ‘pararse a disfrutar del sol y el viento’, sin obsesionarnos por las cosas.


Imprescindible para buscadores de pequeñas joyas olvidadas del cine de los 90.
Desaconsejada para los que enterraron a su niño interior.

 

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