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Tetas, chicas disney desmadradas, sexo, descaro y nihilismo juvenil, mala vida, fiesta, delinquencia y pistolas. Eso es lo que promete “Spring Breakers”, la última película de Harmony Korine, director independiente donde los haya, escritor (además de guionista publicó en 1998 la novela experimental “A crack up at the race riots”), fotógrafo y realizador de video-clips (para grupos como Sonic Youth, y su video “Sunday” con Macaulay Culkin; Cat Power; o Will Oldham) además de haber hecho sus pinitos como letrista y compositor. Protagonizada por la estrella James Franco (“127 horas”, “El origen del planeta de los simios”) y por las jóvenes descarriadas Selena Gomez (de la serie de Disney Channel “Los magos de Waverly Place”), Vanessa Hudgens (de la cantera disney de “High School Musical”), Ashley Benson (de la serie “Pequeñas Mentirosas”) y Rachel Korine (la mujer de Harmony Korine, con la que se lleva 13 años). Pero “Spring Breakers” no sale de la nada.

Una mañana de sábado de 1993, mientras hacía skate y fumaba la marihuana que le había sobrado del día anterior en el Washington Square Park (famoso por ser escenario de películas como “Buscando a Bobby Fisher” de Steven Zaillian, 1993; o “Soy Leyenda” de Francis Lawrence, 2007), la vida del joven Harmony Korine (que contaba con 20 años en aquel momento) cambió radicalmente. La causa fue conocer al veterano fotógrafo Larry Clark.

 

Korine había llegado dos años antes a Nueva York para estudiar escritura dramática, aunque lo había dejado para centrarse en una extraña afición: el claqué. Pero la escritura seguía siendo importante para el joven californiano, y, como cientos de guionistas amateurs en Nueva York, había escrito un guión basándose en sus propias experiencias a pie de calle. Cuando Larry Clark leyó el guión se quedó tan encantado que propuso a Korine ser el guionista (a partir de una historia del propio Clark) de su debut como director cinematográfico.

El film resultante fue “Kids”, una de las más controvertidas muestras de cine independiente de los 90. La cámara seguía con modales de documental a unos jóvenes de Nueva York durante un día. Bajo la sombra vengadora del SIDA, la película se cuidaba de hacer juicios de valor ante algunos actos violentos, autodestructivos o simplemente descerebrados; limitándose, por medio de unos actores y unos personajes adecuadísimos, a mostrar el lado más temido de todos los padres del mundo en un periplo cargado de sexo, alcohol y drogas.

Dos años después, en 1997, Korine tenía ya preparada su opera prima como director. “Gummo” intensifica el tono documental con testimonios directos a cámara y añade un extraño onirismo surrealista a cargo de un chaval que pasea vestido de conejo. Cuenta, sin excesiva linealidad, las historias de varios personajes en un pequeño pueblo destrozado años antes por un tornado. Un desolador retrato de la psique humana, de sus rincones más sombríos, en un entorno abandonado de la mano de Dios, enla América más profunda. Un pulso de realismo mágico poblado de bizarros personajes que se dedican a cazar gatos o a afeitarse las cejas, con problemas emocionales de todas las índoles y condenados sin remedio al anonimato.

El siguiente paso de Harmony Korine fue muy natural, en “Julien Donkey-Boy” (1999) el realismo sucio, desagradable, que venía mostrando se puso al servicio del ‘Dogma95’. Siguiendo las normas del grupo fundado por Lars Von Trier (localizaciones reales, sonido no mezclado, cámara en mano, luz natural, sin efectos especiales ni trama superflua, sin alineación temporal ni género específico) Korine construye una radiografía de la esquizofrenia basándose en la historia real de un tío suyo. Apoyado por un excelente Ewen Bremner (el Spud de “Trainspotting”) y en secundarios de lujo como el director Werner Herzog o su por entonces ‘partenaire’ Chloë Sevigny, el joven director de 26 años se sumerge en una desagradable e irritante experiencia experimental a los abismos de la locura, el desorden mental y el hastío, incomodando hasta al espectador más arriesgado.

Pasarían 8 años hasta que se materializase su próximo largometraje. En esos años Korine creció, desarrollando la relación de amor recíproco con el público y la crítica europea. Esto se concretó en “Mister Lonely” (2007), su film más accesible hasta el momento. Ambientado en París, esta reflexión acerca de la identidad sigue el periplo de un joven imitador de Michael Jackson (Diego Luna) que se traslada a vivir a una comunidad de imitadores y entable una relación con Marilyn Monroe (Samantha Morton). Que Korine había ido estrechando lazos con cierta vanguardia cinematográfica europea se podía ver en el abultado y heterogéneo reparto secundario, donde podíamos ver de nuevo al maestro Herzog, junto a Leos Carax (recientemente aclamado por “Holy Motors”), Denis Lavant, Anita Pallenberg o James Fox. Historia de amor melancólica y edulcoradamente existencial, parecía marcar un cambio de ritmo en la filmografía de Harmony Korine.

 

Pero no fue así, en 2009 Korine estrenó su más iconoclasta y underground película. “Trash Humpers” es un experimento que trasciende las barreras de lo bizarro convirtiéndose en una especie de declaración de intenciones acerca de la independencia y la transgresión. El film sigue con una cámara doméstica de VHS a una panda de freaks deformes y pervertidos por una serie de intervenciones en la ciudad de Nashville. Un falso documental incómodo y desconcertante, oda a la imperfección en una era de altas definiciones y perfección visual, que aunque obviamente no salió de los circuitos más alternativos, si que confirmó a Korine como uno de los insobornables del cine subversivo como arte, como medio de expresión personal.

 

En su período más activo, Harmony Korine dirigió una serie de cortos y un segmento de un film colectivo (“The Four Dimension”, 2012, junto al ruso Aleksey Fedorchenko y el polaco Jan Kwiecinski) experimentando con los formatos y las narrativas. Algunos sobre los parámetros de “Trash Humpers” y otros como divertimento ocasional. Y en solo tres años, ya tenía preparada su última creación, sin duda la que más expectación ha creado, con una trascendencia mediática sin precedentes, lo que eleva la categoría del ahora cuarentón director a un nuevo peldaño artístico.

 

“Spring Breakers” es ante todo una gamberrada estéticamente hipnótica, una crítica feroz a la ‘sociedad MTV’ y a la vez un saludo cómplice a toda esa horda de jóvenes actuales que, en realidad, actúan como las generaciones anteriores pero partiendo de premisas ligeramente distintas. Es un estudio concienzudo de la psicología del nuevo
siglo, pero también es un thriller criminal entretenido y fuera de sí. Korine juega todas sus cartas creando uno de los cócteles más estimulantes y absorbentes de su carrera a base de drogas, armas y bikinis. Todo un festín para los que creen que lo inteligente y atrevido no tiene porqué estar reñido con la diversión pura y dura.A Harmony Korine aún le queda mucha carrera por delante. Ahora solo nos queda esperar a ver cual será su siguiente movimiento tras la oleada de jóvenes que habrán ido a ver su último film, tras esa nueva generación de seguidores a los que moldear u olvidar.
 

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