IDEA 1: Como la Filosofía y el Cine van de la mano en la gallineta de mi vida, yo busco lo mismo en ambos. Busco lo que he querido ser, lo que soy y lo que seré, lo leo como quien lee su diario, como quien quiere calmar las voces, como quien pasa el rato, como quien se hace una casa. IDEA 2: El cine como cualquier arte ha tenido una estrecha relación de retroalimentación con la Filosofía. La literatura es el medio por el que yo uno cine y Filosofía en forma de críticas cinematográficas. IDEA 3: Querría hacer un artículo en el que conjugase lo que más cercano siento de ambos ámbitos. Con nombres propios de la filosofía en Murcia, y también del cine, como una especie de resumen de mi vida en función de ambos ámbitos. El cine, la Filosofía y yo. IDEA 4: Pero eso es imposible.
Sobre mi escritorio parecen desbordarse el ordenador, unos libros de Deleuze y Tom Sharpe a medio leer desde hace años sobre el monitor, decenas de folios con anotaciones varias, un volumen de Calvin y Hobbes, una edición moderna de “La mina del alemán perdido”, temas y temas para la oposición, una gruesa percha de plástico, un cenicero lleno de imperdibles y pequeños objetos inservibles, cables y regletas enredándose entre el conjunto y un dvd original de “Repo man” de Alex Cox, 1984 (año en el que se doctoró en Filosofía por la Universidad de Murcia Antonio Campillo Meseguer, cuya esposa Alicia Poza plantó el bulbo de la filosofía en muchos jóvenes admiradores de la ‘jardinería’ en cierto instituto de la Vega Baja del Segura). Debía tener 11 o 12 años cuando vi “Repo man” en una de esas sesiones de madrugada en busca de películas subtituladas, en busca de ciclos sobre directores muertos, en busca de CineClub. La intención de Alex Cox (el cual, por cierto estudió derecho en Oxford junto a Tony Blair) en “Repo man” es muy similar a mi intención cuando escribo un artículo. Estoy hablando de una casi insana obsesión por convertir la obra en un compendio de cantidad y variedad rozando lo insultante (y cuya calidad, por consiguiente, no es muy generalizable, no es muy para todos los públicos, en general la gente se pierde entre paréntesis y datos aparentemente superfluos). Cox mete en un solo film a dos estrellas antitéticas, Emilio Estévez (hijo del actor Martin Sheen y cabeza visible del Brat Pack, grupo de jóvenes promesas que se estrenó con “Rebeldes” de Francis F. Coppola, 1983, y entre los que se contaban Tom Cruise, Matt Dillon, Patrick Swayze o Rob Lowe) y Harry Dean Stanton (cuyo currículum se remonta a la televisión de los años 50 y 60: “Las aventuras de Rin Tin Tin”, “Alfred Hitchcock presenta” o “Bonanza”, trabajos que lo fueron convirtiendo en uno de los secundarios más imprescindibles del cine moderno: “El padrino II”, “Alien, el 8º pasajero”, “La leyenda del indomable”, “Una historia verdadera” o “Miedo y asco en Las Vegas”), mezcla comedia con ciencia-ficción, cine de acción con surrealismo, torturas, extraterrestres, la cultura punk (dos años después dirigiría “Sid & Nancy”, el biopic sobre Sid Vicious con un pre-Bram Stoker’s Dracula, Gary Oldman), radioactividad, conspiraciones estatales, científicos locos y un mcguffin de manual, todo en la misma proposición. Y es que tanto yo, como un filósofo, como un cineasta, como cualquiera, tiene dos posibilidades a la hora de crear algo, dos demonios, el que le dice que no abarque mucho y desarrolle algo bien (que es el demonio que guia a David Cronenberg o a Sartre) y el demonio que aboga por el desenfreno, la sobreacumulación y, en definitiva, lo que un académico del cine nunca te recomendaría (este es el demonio que habita el cine de Alex Cox, y la filosofía de Nietzsche y otros tantos que quisieron pasarlo todo por el agujero de la misma aguja).
Antonio Rivera hablándonos de “Todas las mañanas del mundo” (Alain Corneau, 1991) y Francisco Jarauta contándonos con la pasión que solo él sabe esgrimir que así como Uma Thurman cercenaba miembros a diestro y siniestro en “Kill Bill vol.1” (Quentin Tarantino, 2003), Hugo Von Hofmannsthal mutilaba la equivalencia entre las palabras y la realidad. Tengo muchos buenos recuerdos de la Facultad, coinciden temporalmente mis primeros años en Filosofía y mi trabajo como eléctrico (aunque era un poco de todo, desde sostener un foco a liar tabaco) en el que se anunciaba como el primer film integramente murciano: “Eva en la nube”, primer largometraje de Jorge Izquierdo, fallido pero radical (en el sentido de angular), reconozco a los miembros de la Asociación de Cineastas de la Región de Murcia de aquella experiencia (si, os recuerdo Salvador Serrano Zapater, Javier Villamor Villarino o David Perea, aunque es una pena que hayaís llegado a esta página buscando vuestro nombre en Google), es reconfortable que alguien siga haciendo cine en Murcia tras el TIC, aunque alguna vez me gustaría oir la historia de su disolución, claro que a la parte de mi cerebro que se dedica a procesar contenido morboso le gustaría saber muchas cosas. El cine y la filosofía mezclaban sus sabores, sus olores, Ángel Prior Olmos me descubrió a la Escuela de Frankfurt (un desencantado Adorno me enseñó que la única manera de decir algo digno es por medio del arte), y Francisco Jarauta a Walter Benjamin, la crítica artística se convertía, en la época de la reproductibilidad técnica, en la mejor vía para expresar mis sentimientos. Por entonces también llegarían otros hitos personales como “Persona” (Ingmar Bergman, 1960) o “Memento” (Christopher Nolan, 2000), a la par que empezaban las grandes sagas cinematográficas (Peter Jackson daba salida a la comunidad del anillo en el 2003, si mal no recuerdo) y yo me refugiaba en Jim Jarmusch y Nicholas Ray, en Lars Von Trier y Billy Wilder.
Pronto cumpliré los 30 años, Cineblog ha cumplido 5 años, las pequeñas reseñas sobre películas que escribía al principio se han convertido en farragosos artículos cargados de datos y divagaciones personales. Desde mi primera clase de filosofía en la Universidad (Filosofía Antigua con Patricio Peñalver, creí que todos los Filósofos tendrían barba y hablarían de Platón, por cierto, nos explicó el mito de la caverna sin hablar de “The Matrix”, algo insólito en los tiempos que corren) hasta las últimas con Enrique Ujaldón (generoso en citas cinéfilas) han pasado un par de vidas de Nexus 6, todo va cambiando poco a poco, pero es solo moda y no historia, como pensaba José López Martí (otro de esos profesores inolvidables) en aquel relato de Miguel Espinosa. Historia debe ser “La jaca Lucera” (1926, Luis Baleriola, film perdido del cine murciano basado en un poema de Pedro Jara Carrillo, del que no hace mucho se encontró cierto metraje) y toda la corriente de cine amateur que recorrió Murcia desde los años 50 (Antonio Medina Bardón, Julián Oñate o Ángel García recorrieron Murcia forjando esa certificación existencial que el cine puede llegar a dar), en cualquier caso historia no soy yo.
Poco importa ya si mis compañeras de clase me decían que José Lorite Mena tenía el atractivo de un Sean Connery Maduro, o si Susan Sontag pensaba que Walter Benjamin era un triste, o si Juan Francisco Cerón se ofrece como actor, o si Boogie Motosierra se enfrenta al Animal Fractal en una devastada huerta post-apocalíptica en una de sus bizarras aventuras, poco importa si el profesor más simpático imparte la asignatura más evitada (no me di cuenta de lo majo que era Juan Carlos León hasta que lo traté fuera de las clases de Lógica), o si Jesús Franco jamás vuelve a rodar en Murcia (en 1969: la coproducción con alemania “Bésame monstruo” y “La ciudad sin hombres”, continuación de la ya de por sí inferior “El millón de ojos de Sumuru” de Lindsay Shonteff, en la que se juntaban ni más ni menos que Frankie Avalon y Klaus Kinski al servicio de los personajes de Sax Rohmer, creador de Fu-Manchú; en 1972: “Drácula contra Frankenstein” y “El muerto hace las maletas”; en 1986: “Orgasmo perverso” dónde La Manga hacía las veces de Jamaica; en 1988: la deplorable “Operación cocaína” con Christopher Lee; y algunas más, pero esto merece un post propio), poco importa si el cine se enfrenta a Polaris World (u otros apropiadores del concepto de progreso moderno) en Torre Pacheco (muy valiosa es “Piedra sobre piedra” de Roque Madrid, 2004) y Antonio Campillo hace lo propio con Cabo Cope, poco importa que sea tan distinta la filosofía de la parafernalia mediante la que es representada en la sociedad (como un complejo y aparatoso mecanismo para que puedas asimilar productos lácteos, como la versión del Quijote para niños, como “Casablanca” coloreada), poco importa mientras pueda seguir escribiendo sobre ello.
Mientras pueda seguir escribiendo sobre ello, mientras sigaís todos ahí yo también estaré por aquí, supongo que en cierto modo os debía ésto, y debo tanto a tanta gente… en fin, si algún día necesitaís algo, ya sabeís donde encontrarme.